El pueblo Ipili de Papua Nueva Guinea tuvo la desgracia, no la suerte, de vivir sobre un montón de oro. Cuando las empresas mineras llegaron a la región y quisieron hacer un arreglo para iniciar una mina de oro, los lugareños pensaron que podrían llegar a un acuerdo que les garantizara beneficios a partir de todos los réditos que se obtendrían. Desafortunadamente, la realidad los defraudó.
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