Leo que en los últimos diez años han muerto 10.000 inmigrantes en su tránsito por mar de África a Europa. Y hace pocos días se hundió otra patera… Me gustan las estadísticas y se que estas noticias no se leen ni interesan, ni en este blog, ni en los telediarios, ni en sitios donde la gente muestra su interés con votos como el caso de menéame.
En torno a esta falta de interés me hizo reflexionar ayer la película el dormilón de Woody Allen. Trata de una persona que es criogenizada en nuestros días y despierta doscientos años más tarde en una sociedad hedonista, llena de placeres y que no se cuestiona su modo de vida, la falsa libertad que disfrutan o la superficialidad de sus preocupaciones.
Hay dos dialogos que resaltaría. El primero cuando el marido del matrimonio que “acoge” a Woody Allen le cuenta a su mujer que han arrestado a un miembro de la resistencia. La mujer le responde que no quiere saber nada de eso, (que es desagradable), el mundo está lleno de cosas maravillosas, porque la gente de repente pierde la cabeza y comienza a detestarlo todo? Porqué tiene que haber una resistencia? Disponemos de la esfera, de la televisión, del orgasmatrón, que más quieren? El marido le responde que es difícil entenderlo porque ellos sólo son sensibles a la belleza. Acaban las escena tranquilizándose frente a la televisión.
El otro diálogo ocurre cuando el personaje de Woody Allen es capturado y va a ser reprogramado para convertirse en un feliz ciudadano. La doctora le dice que su misión es reprogramarle para integrarlo en la sociedad con un método que se ocupará de sus necesidades y deseos de una forma más eficiente de lo que usted lo haría. Repose y la próxima semana empezará una nueva vida. Acto seguido es reprogramado a través de la felicidad de hacerle pasar por una miss que va a recibir un premio.
No nos gusta lo desagradable, no nos gusta cambiar hábitos o que nos digan lo que se debería hacer. En base a eso permanecemos estancados en un mundo de pseudoplaceres que sin embargo a largo plazo no funcionan muy bien ya que las sociedades occidentales somos de las más infelices.
Tampoco disponemos de grandes situaciones de abuso que nos toquen de cerca. En los años 50 el asesinato de un niño de 14 años (Emet Tills) por parte de dos borrachos de pueblo por el simple hecho de silvar a la mujer blanca de uno de ellos provocó el inicio de las luchas que acabarían en la igualdad de derechos entre blancos y negros.
Sin embargo, por ejemplo, que Francia u otros países protejan sus productos haciendo que los países pobres no puedan competir no nos levanta del sofá. Es todo demasiado abstracto y lejano. A pesar de que eso implique la pobreza, hambruna y emigración que acaba en millones de muertos.
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